En los últimos diez días la palabra que más he escuchado hasta el cansancio fue “ecuanimidad”. También oí otra: “anitcha” y una frase: “Bhavatu Sabba Mangalam”, que simbolizan impermanencia y que todos los seres sean felices, respectivamente. Dhamma, que es iluminación, verdad, es una palabra muy importante y, del mismo modo, me tocó oírla más de una vez. Me quedó claro que significaba.
Creo que a lo largo de mi vida, o en los últimos años, he desarrollado una cualidad que sabía que tenía pero no tan enraizada. La resistencia o el seguir luchando, intentando ante la falta de respuesta o resultados. Eso me pasó durante diez días. En realidad fueron doce pero diez fueron interminables, eternos y abominables días. Aunque todo no fue detestable ni ominoso pero por momentos parece haberse sido. No se trata de ninguna práctica ilegal, ni secta, ni rito, ni concentración del ejército ni cárcel. Meditación Vipassana está lejos de eso en cuanto al concepto real aunque en la práctica, al terminar cada día luego de una ardua y más que extensa jornada, el cuerpo transmite señales que indican que no está muy lejos de una de ellas.
La jornada diaria comienza a las cuatro de la mañana cuando simpáticamente te despiertan con el gong, que es una campana, haciéndolo sonar varias veces por si te quedás dormida, y finaliza a las nueve de la noche luego de trece largas horas de meditación, interrumpidas por algunos recesos en el medio.
Había decidido ver, indagar y conocer este tipo de meditación cuando estuve en Cancún, hace poco más de un mes, donde había conocido una canadiense que me había dicho que la quería hacer. En ese momento busqué información y me pareció interesante, sin conocer mucho del tema. Sin embargo, el centro más cercano estaba a unas 22 horas de viaje de donde allá y ya había estado en ese lugar, Oaxaca, con lo que decidí que ese no era el momento adecuado para realizarla y que ya la haría cuando estuviera en Argentina. Y así fue.
Creo que conté los días, horas, minutos y segundos desde el primer día que llegué hasta el día en que me fui. Fueron doce días eternos. El primero, el miércoles, fue de bienvenida y “conocimiento” del lugar y lo escribo así porque nadie me mostró nada sino que lo descubrí, de algún modo, por mí misma. Ya cuando llegamos, me había encontrado con unas chicas en Brandsen y compartimos el remis, empezamos mal porque nos fuimos directamente a los dormitorios. Creo que eso ya fue una señal, que no vi, que me indicaría como sería la estancia en el apacible lugar.
Entre cincuenta y sesenta personas terminaron el bendito curso, pero en el transcurso se escaparon algunos, varios. Cuatro mujeres y tres hombres no soportaron, por alguna no muy extraña razón, los horarios y estructura del mismo y abandonaron ante la insistencia de la gerente que no pude hacer nada para detenerlos.
La mayoría de los voluntarios, servidores, así se llama a los que ayudan en diferentes áreas sin percibir remuneración económica, y hasta el profesor eran extranjeros: polacos, estadounidense, chilenos (sobraban) y brasilero respectivamente. Argentino había uno solo y era parte del staff permanente del centro.
Sobre las reglas
Lo primero que tenes que tener en claro cuando vas a un lugar como estos es que existen reglas y que, básicamente, hay que cumplirlas. Sin embargo, porque las reglas también están para romperlas, al segundo día ya intercambié alguna palabra con una chica que no paraba de hablarme y parecía más molesta y estresada que yo. Lo que no podés es tener contacto físico con otra persona, ya sea del mismo género o no. No podés tocar, abrazar o besar a otro ni hablar, aunque sí con el profesor y la gerente para realizar consultas. Tenés que firmar un formulario donde decís que te comprometes, durante ese periodo, a no tener actividad sexual inadecuada, no matar ningún servir vivo, no robar, no mentir y abstenerse de tomar intoxicantes.
Sobre el lugar
El centro está a unos diez kilómetros de Brandsen, que está a dos horas de capital. Para llegar allá se puede ir en tren desde Constitución, tomar el tren hasta Khorn y de ahí remis, que fue lo que yo hice. También hay un colectivo que te deja en la ruta y hay que caminar 1, 7 kilómetros. El lugar en sí es tranquilo. Sería malo que no lo fuera. No quiero decir con esto que es lo mejor del sitio pero sí es lo que más destaco porque de no ser así no hubiera aguantado dos días.
Cuando entrás lo primero que ves es campo. En el folleto explicativo que mandaron por mail decía que en la entrada había una rueda blanca pero nunca la ví, ni al entrar ni al salir. El verde se expande a lo largo y ancho hasta dar con un comedor, la cocina y un baño de voluntarios, una sala amplia donde se medita, los dormitorios y la casa del profesor, un poco más atrás de estos. Todo está segregado, separado para mujeres y hombres: el comedor, los dormitorios, los baños y la sala de meditación. El césped está lo suficientemente diseñado y cuidado como delimitado por zonas donde se puede y no caminar.
Sobre mí y mi relación con la meditación
Desde el primer día ya tenía más dudas y preguntas que certezas y respuestas. Lo que sí tenía claro era que no me iba a poder concentrar tanto, por no decir nada. Y así fue. ¿Me servirá de algo esto? ¿Qué estoy haciendo acá? ¿La gente se puede concentrar? ¿No se aburren tanto tiempo con los ojos cerrados y sentados de esa manera?¿No les duele la espalda?¿Realmente están concentrados o disimulan?¿ Para qué vine? Fueron algunas de las tantas preguntas que me formulé a lo largo de estos extensos días. Si puedo afirmar que si me quedé hasta el final del curso fue para contarlo, para saber realmente cómo era la experiencia y poder transmitirlo, sabiendo aún que no me iba a concentrar, aunque quisiera. Ya fui con muchas cosas en la cabeza y por resolver.
Durante la estadía, mi falta de concentración hizo que mi mente no parara de descansar y me mandara fotos y reportes que nunca le pedí. También me armaba películas e historias insólitas y de las que quería evadir, pero me hacía pensar en lo que se le daba la reverenda ganas a ella sin precisamente hacer lo que tenía que hacer, que era sentir la respiración, en la primera parte, y sensaciones en cuerpo, en la segunda.
Había ido antes a algunos lugares a hacer yoga donde después tenía una breve meditación de unos treinta minutos o algún centro donde hacían pero no más de una hora, pero esto fue como mucho unas tres veces. Esa había sido toda mi experiencia con la meditación, hasta ahora. Creo que ya puedo tacharla de mi lista de “Cosas para hacer antes de ser vieja”.
Sobre la comida
Como era esperado, carne de vaca o pollo no iba a encontrar, claro está. Verduras como lechuga, tomates, espinacas y remolacha se exponían diariamente en la mesa del comedor para que recogiéramos cuanto se pudiera y cuanto quedara ya que se podía repetir. Sopas de calabaza o acelga, que nunca fueron de mi agrado, también había todos los días al igual que arroz integral. Cada día variaba la comida. Arroz, fideos con salsa de tomate, papa rellena, soufflé de verduras, polenta, pizza de varios sabores fueron algunas de las variedades que comí. Los postres, también veganos, nunca faltaban. La mayoría de ellos no tenían un aspecto demasiado interesante y menos aún sabroso para mí que soy carnívora pero si escuché comentarios al estilo “que rica está la comida” que no compartía pero en algunos casos hubo excepciones.
Algunas cuestiones básicas para entender un poco más sobre la práctica
¿Qué es Vipassana?
En la lengua Pali, que es la que se hablaba en la época del Buda en la India, “passana” significa ver las cosas corrientes, con los ojos abiertos. “Vipassana” significa observar las cosas tal y como son, no como parecen ser. El concepto más práctico de la práctica, valga la redundancia, es penetrar a través de la verdad hasta llegar a la verdad última de la estructura mental y física. Al experimentar esta verdad (¿cómo sabemos que verdad?), aprendemos a dejar de reaccionar, a dejar de generar contaminaciones y las contaminaciones antiguas, o sankaras, van desapareciendo. Según esta doctrina, de esta manera nos liberamos de la desdicha y experimentamos la felicidad autentica.
¿Y cómo se practica?
Esa es la parte más compleja y complicada, como en todas las cosas, porque la teoría es linda pero hay que ponerse a trabajar y duro porque de lo contrario no sirve de nada sola sino se practica y aquí está pues el asunto.
La práctica, la primera, consiste en meditar, que es ocuparse de nuestro ser interior, de nuestra respiración, acallar la mente y los pensamientos. Esto es meditar. La diferencia consiste en que esto se debe practicar todo el día. Se para en el desayuno, almuerzo y merienda y luego se continua.
En la otra parte se trata de sentir las sensaciones del cuerpo. Lo que vive, lo que siente nuestro cuerpo. Hay que experimentarlo para contarlo.
¿Para qué sirve?
Según S. N Goenka, el maestro de esta meditación a quien se lo escuchó con un curso grabado, algunos de los beneficios que esta práctica tiene son: purificar la mente, librarla de toda impureza del pasado y presente; no reaccionar intempestivamente ante algo que no nos gusta o que esperábamos otra cosa; sanar enfermedades sicosomáticas, estar más tranquila y en paz con una misma y con el resto, entre otros.
¿Quiénes la pueden practicar?
Cualquier persona que no padezca una enfermedad mental aguda o física ( porque de lo contrario es imposible estar meditando durante trece horas). No se aconseja a quienes sufren algún trastorno, por razones obvias ni tampoco es sustituto de fármacos o medicina natural.
¿Tiene algún costo?
No, se mantienen de donaciones que dan los estudiantes nuevos y los antiguos. Tampoco tienen gasto de personal ya que todas las personas que cocinan, se encargan del mantenimiento, limpian, o de la promoción son voluntarios o servidores que se integran al lugar mediante solicitud previa.
Estudiantes escuchando palabras finales del curso en el comedor |
Foto: Dhama Sukhada
Casa de los profesores Foto: Dhama Sukhada |
Dormitorio de mujeres Foto: Dhama Sukhada |
Sala de meditación Foto: Dhama Sukhada |
Página web.de El famoso gong. Foto: Dhama Sukhada |