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Siempre se vuelve pero no del todo...(Segunda parte)


Era hora de cambiar de lugar, de ambiente  y de entorno.El desierto era el próximo destino, breve, pero destino al fin. Huacachina me recibió con un calor imponente, a unos diez minutos de la ciudad de Ica, es una pequeñísima población donde su único, e interesante, atractivo es el oasis que lleva su nombre. Al llegar lo primero que hice fue dejar mis tres mochilas en la oficina de la combi que me llevó de Paracas hasta ahí donde una señora no muy simpática me dijo que las podía poner en una esquina, al lado de las computadoras. Me cambié la camiseta, me puse las zapatillas y me fui a subir las montañas desérticas  y áridas que desde allí afloraban.

Una pareja tirada observando la laguna ( también se lo llama así al desierto), otros subiendo a un montículo pequeño de arena, un carro arenero a lo lejos andando y unas chicas intentando aprender sandboard ( como surf pero en la arena) eran parte del contexto  que decoraban el caluroso paisaje. Al cabo de una media hora ya estaba en la cima de la montaña observando el lejano horizonte que me mostraba aridez . Bajar no fue, claramente, tan duro como subir. En diez minutos, y mucho menos cansada, ya estaba sacándome la arena acumulada en las zapatillas a la orilla de la agradable laguna que sosegadamente transportaba a un hombre en su pequeña canoa. 

Ya no tenía mucho que ver y hacer en ese lugar con lo que decidí continuar viaje.Nazca sería mi próximo destino. Caminé hasta la salida y me puse a hacer dedo, también vi que había motos que iban hasta Ica pero ante la mirada fija y advertencia de una persona del lugar que me aconsejó no subir porque me podían robar, opté por esperar un taxi que pareciera poco más confiable ya que el dedo tampoco estaba funcionando. Al rato paró un auto y el hombre me dijo que iba al centro, me subí, me puse a charlar sobre cosas de la vida y del viaje y a los minutos me dejó en la ruta donde iba a hacer dedo. No me cobró. Agradecida me bajé y me quedé allí un momento. No tenía tantas ganas de hacer dedo con lo que después de esperar y no ver resultados agarré un colectivo. Negocié el precio y me puse a pensar mientras el bus seguía su marcha.  Al par de horas ya estaba en la casa del siguiente couch. Una casa muy humilde que albergaba a una familia con problemas pero con una madre con corazón y mejor intención que el flamante couch.

Unos cuatro días con altibajos fueron los que estuve ahí. Digo altibajos porque fueron sensaciones diferentes y diversas con lindos y malos momentos. Recorrí las ruinas que están cerca de la ciudad, los acueductos, las pirámides y algunas huellas de Nazca ( porque ni loca iba a pagar los ochenta dólares que cobran para verlas en treinta minutos con la avioneta). La madre del anfitrión fue mucho más atenta y humilde que el anfitrión.A la hora ya estábamos de nuevo en su casa y de ahí a la canchita de fútbol que está cerca para jugar al volley. Sí, jugamos al volley, o al menos nos pasamos la pelota en el aire durante un rato, y estuvo divertido.

A los dos días ya estaba en otro lugar. Hacer dedo desde ahí no fue tan complicado aunque claro que no fácil tampoco. Me dejó el taxista, que era familiar de la señora donde me quedé, y no me cobró. De ahí me fui en una combi  una hora más y me bajé, en el medio de la nada, en una ruta donde había un desvío. Esperé unos minutos y frenó un camión que me llevó más de tres horas hasta un pueblo ( mientras escucho una letra que dice "sin dolor no te haces feliz" y reniego porque acabo de perder casi la mitad de lo que había escrito gracias a lo mal que anda internet, lo vieja de mi laptop o la desconexión mía con la tecnología de blogger así que ahora voy a contar todo lo que había escrito de manera más breve y recuerdo que todo, o casi, tiene solución y eso trata de calmarme un poco). De ahí directo a Arequipa, directo es una forma de decir porque el viaje me llevó más de doce horas. Al llegar, me fui al hostel que me había recomendado un conocido y donde supuestamente me iban a alojar pero la persona nunca apareció y me tuve que ir cansada, con sueño, con hambre, con frío y con tres mochilas pesadas a buscar otro hostel. Che Lagarto fue el que encontré, que era el más económico pero no tanto y al que no recomiendo para nada: su atención, su limpieza, la gente que atiende, el ruido y la relación precio-servicio son algunas de las razones.

Allí sólo estuve un día. Era un lugar de paso. Tacna era el próximo destino. Me quedaban siete horas de distancia. Iba a ir a dedo pero no era la mejor opción teniendo en cuenta que salir del centro de la segunda ciudad peruana no era tarea tan fácil, así que decidí irme en colectivo. En el transcurso del camino me encontré a un venezolano que vivía allá desde hacía varios años y que, brevemente, me contó que en ese mismo lugar alguien lo había ayudado, en la terminal, cuando no tenía trabajo ni dinero con lo que estaba devolviendo algo de lo que le  habían dado. Así que me ayudó a llevar las mochilas del colectivo a la estación y a  encontrar la empresa más económica para que viajara, al parecer.

Llegué al destino muy cansada. Esperé unos cuarenta minutos porque mi couch, R, no estaba.Al rato llegó con otra chica que también se iba a alojar en su casa. Ese día fuimos a cenar y después nos mostró algo de la ciudad, aunque no mucho porque estaba muy cansada y con ganas de hacer pis así que al otro día nos hizo el tour a las afueras de la ciudad donde se había llevado a cabo la batalla con los chilenos.Al día siguiente fui con su amigo, S, a una ciudad costera cercana. Caminamos, comimos y sacamos fotos.

Al día siguiente ya me iba para entrar en un país al que nunca  le tuve mucha simpatía por diversas cuestiones. Me puse a hacer dedo al lado de la casa donde estaba pero no funcionó. Fui hasta la terminal y de ahí me tomé el colectivo, carisimo por ser una hora de viaje, algo así como cuatro dólares. Al llegar a Arica caminé con las mochilas, cansada, y empecé a buscar un lugar con wifi para ver si me había respondido el que me iba a hospedar.Ningún mensaje. No sabía donde iba a dormir. Iba de bar en bar, todo caro y la gente poco amable. Empecé a caminar buscando lugar y de repente noté que la gente empezaba a correr y gritaba, estaba histérica, los autos tocaban bocinas. No hice caso y seguí caminando. Pensé que ya se iba a pasar pero como no pasó pregunté que estaba pasando. " Corre, anda para arriba, al cerro, hay alerta de tsunami". En ese momento no entendí nada. Nunca había estado en un lugar, y menos recién llegada, con ese tipo de alerta. Las alarmas de los celulares empezaron a sonar, la sirena también. Ahí fue cuando me empecé a asustar. En mi mente me imaginaba durmiendo en el parque ese a donde todo el mundo iba corriendo. Pero algo pasó en el camino. Cuando iba subiendo me encontré con una pareja ( al principio pensé que era una chica y un chico pero no, eran dos chicas) a las que le comenté que no tenía donde ir y que no sabía qué hacer porque donde iba a preguntar no alojaban. Una de ellas trató de tranquilizarme diciéndome que eso había pasado antes y que al final no era nada. La otra estaba llorando porque su hija estaba en Santiago. El panorama no era muy esclarecedor. Seguí caminando y la que lloraba le dijo a la otra si me podía alojar en su casa por una noche. La otra dudó y después dijo que sí. En el camino me comentó que vivía con sus padres ( ahí pensé en retroceder). Al llegar le preguntó a ellos, y en ese momento, cuando le respondieron " Tu no sabei que no podei traer a nadie que no conocei a la casa", quise que me tragara la tierra pero no era oportuno ese pensamiento en esa situación. Me estaba por ir pero la otra chica me dijo que me quedara. Al final me quedé y no pasó nada. Con cara de poco amigo por parte de sus padres pasé igual. Dormí, costó pero dormí en una habitación con cama doble para mi sola. Mi presunción de la gente se había confirmado a medias.

Al otro día ya estaba haciendo dedo para irme. No quería estar más ahí. Un camión paró después de una media hora y me llevó varias horas. No sabía donde iba a dormir. El paró ahí, en el medio de la nada.Pregunté en un lugar, era más caro que un ojo de la cara. En el otro, eran los únicos dos que había, y me dijeron que no me podían hospedar porque no tenía baño adentro. Les dije que no me importaba eso, que quería descansar y que al otro día me iba temprano.No surgió efecto. La amabilidad brillaba por su ausencia. Me puse a hacer dedo de nuevo y al rato paró un camión, ya era tarde, necesitaba dormir en algún lugar. Me dejó en otro lugar donde no había nada y ahí pregunté en un restaurant. Tenían habitaciones, caras, pero peleé el precio.Ahí se me fue todo el efectivo.

Al día siguiente no me quedaba otra que salir a dedo nuevamente. Le pregunté a un camionero quien enseguida me dijo que me llevaba unos kilómetros, hasta un cruce hacia la frontera. Yo ya me quería ir del país. Al rato de estar en la estación de servicio paró una pareja que iba a San Pedro de Atacama. No dudé y me fui con ellos. En principio iba a ir a Calama, que está antes, pero esta era mejor opción. Al llegar allá empecé a buscar wifi para ver si estaba muy lejos de la frontera El Paso de Atacama pero no encontré en ningún lado sino era consumiendo y estaba sin efectivo y no aceptaban tarjetas. Había alguien con una camiseta argentina a quien le pregunté pero no fue de mucha ayuda. Así que decidí seguir caminando y pararon dos camiones. Eran paraguayos. En un rato oscurecía. Me subí y el viaje se hizo muy largo porque en la frontera demoramos mucho. El tipo me había dicho que no avisara que iba con el porque tenía que completar un papel. Pero al final no quedó otra y tampoco no me gusta mentir. Cuando el chileno me preguntó con quien viajaba él se hizo el sota y no respondió. Después tuvo que pagar un impuesto por ingresar al país con celular nuevo. Todo se demoró. Llegué a Argentina alrededor de las nueve de la noche, sin lugar donde dormir, para variar. No me preocupé tanto porque estaba en mi país, pensé erróneamente. No podía creer después de quince meses que había llegado. Fue una sensación extraña porque no sentí la hospitalidad que esperaba cuando quise quedarme en un lugar y pagar al día siguiente me dijeron que no. En otro lugar que pregunté, después de dudar y relojearme mucho, me dijeron que sí. Tenía cincuenta pesos y costaba cien. Así que no muy contenta me quedé porque no tenía otra alternativa. Al otro día fui al cajero y le pagué.

Susque es un pequeño pueblo al norte de Jujuy y a unas dos horas de la frontera. Sus calles son de tierra y no es un lugar muy turístico. Su gente no se caracteriza por la hospitalidad. La ciudad más cercana es Purnamarca, donde ya había estado antes y próximo destino de paso a donde fui con un taxista que no me cobró porque estuve esperando casi una hora a la orilla del pueblo y era dedo no remis. De ahí seguí bajando pero eso queda para otro post. Ya volví. No se hasta cuando porque ya llevo dos meses  y ya tengo ganas de seguir viajando. Ya me pica el bichito pero también estoy escribiendo el libro. Sí, esto no queda acá nomas. Me falta aún recorrer mi país y me queda mucho mundo por ver, saborear, fotografiar, conocer y aprender.

La vuelta, aunque decir esta palabra significaría volver de forma permanente y creo que en la vida lo único que permanece es el cambio, quizás no es lo que me esperaba, o sí, a veces las cosas  no suceden como unas las planea, a veces mejor, otras peor. Las expectativas, aprendí, no son buenas. Pero hay cosas que no cambian nunca. Volver, de alguna manera, es volver a ver aquello que dejaste pero, quizás, de otro modo, con otros ojos, con otra mirada. Aprendí mucho en este viaje. Hubo mucha gente que me ayudó y a la que le agradezco. Hay gente buena y mala en todo el mundo.  Pasé momentos feos también, menos, pero eso es parte del viaje. Viajar te permite pensar de otro modo no sólo desde tu lado sino también desde el otro y sobre todo viajar hace que quieras seguir viajando y nunca dejar de hacerlo.



¿Por qué??

No recuerdo como continúa pero me gustó en ese momento que la saqué









En la pirámides de Nazca.


Batalla de Tacna



Eso comí con el couch en Tacna.
Jeroglífico  





Salina que está antes de llegar a Purnamarca, sacada desde el auto.


Pasando la salina.

En el desierto...

A las afueras de Tacna

Siempre hay que cruzar un puente












Cómo desarrollar la paciencia, léase resistencia, y no morir en el intento: meditación Vipassana



En los últimos diez días la palabra que más he escuchado hasta el cansancio fue “ecuanimidad”. También oí otra: “anitcha” y una frase: “Bhavatu Sabba Mangalam”, que simbolizan impermanencia y que todos los seres sean felices, respectivamente. Dhamma, que es iluminación, verdad, es una palabra muy importante y, del mismo modo, me tocó oírla más de una vez. Me quedó claro que significaba.

Creo que a lo largo de mi vida, o en los últimos años, he desarrollado una cualidad que sabía que tenía pero no tan enraizada. La resistencia o el seguir luchando, intentando ante la falta de respuesta o resultados. Eso me pasó durante diez días. En realidad fueron doce pero diez fueron interminables, eternos y abominables días. Aunque todo no fue detestable ni ominoso pero por momentos parece haberse sido. No se trata de ninguna práctica ilegal, ni secta, ni rito, ni concentración del ejército ni cárcel. Meditación Vipassana está lejos de eso en cuanto al concepto real aunque en la práctica, al terminar cada día luego de una ardua y más que extensa jornada, el cuerpo transmite señales que indican que no está muy lejos de una de ellas.

La jornada diaria comienza a las cuatro de la mañana cuando simpáticamente te despiertan con el gong, que es una campana, haciéndolo  sonar varias veces por si te quedás dormida, y finaliza a las nueve de la noche luego de trece largas horas de meditación, interrumpidas por algunos recesos en el medio.
Había decidido ver, indagar y conocer este tipo de meditación cuando estuve en Cancún, hace poco más de un mes, donde había conocido una canadiense que me había dicho que la quería hacer. En ese momento busqué información y me pareció interesante, sin conocer mucho del tema. Sin embargo, el centro más cercano estaba a unas 22 horas de viaje de donde allá y ya había estado en ese lugar, Oaxaca, con lo que decidí que ese no era el momento adecuado para realizarla y que ya la haría cuando estuviera en Argentina. Y así fue.

Creo que conté los días, horas, minutos y segundos desde el primer día que llegué hasta el día en que me fui. Fueron doce días eternos. El primero, el miércoles, fue de bienvenida y “conocimiento” del lugar y lo escribo así porque nadie me mostró nada sino que lo descubrí, de algún modo, por mí misma. Ya cuando llegamos, me había encontrado con unas chicas en Brandsen y compartimos el remis, empezamos mal porque nos fuimos directamente  a los dormitorios. Creo que eso ya fue una señal, que no vi, que me indicaría como sería la estancia en el apacible lugar.

Entre cincuenta y sesenta personas terminaron el bendito curso, pero en el transcurso se escaparon algunos, varios. Cuatro mujeres y tres hombres no soportaron, por alguna no muy extraña razón, los horarios y estructura del mismo y abandonaron ante la insistencia de la gerente que no pude hacer nada para detenerlos.
La mayoría de los voluntarios, servidores, así se llama a los que ayudan en diferentes áreas sin percibir remuneración económica, y hasta el profesor eran extranjeros: polacos, estadounidense, chilenos (sobraban) y brasilero respectivamente. Argentino había uno solo y era parte del staff permanente del centro.

Sobre las reglas 

Lo primero que tenes que tener en claro cuando vas a un lugar como estos es que existen reglas y que, básicamente, hay que cumplirlas. Sin embargo, porque las reglas también están para romperlas, al segundo día ya intercambié alguna palabra con una chica que no paraba de hablarme y parecía más molesta y estresada que yo. Lo que no podés es tener contacto físico con otra persona, ya sea del mismo género o no. No podés tocar, abrazar o besar a otro ni hablar, aunque sí con el profesor y  la gerente para realizar consultas. Tenés que firmar un formulario donde decís que te comprometes, durante ese periodo, a no tener actividad sexual inadecuada, no matar ningún servir vivo, no robar, no mentir y abstenerse de tomar intoxicantes.

Sobre el lugar

El centro está a unos diez kilómetros de Brandsen, que  está a dos horas de capital. Para llegar allá se puede ir en tren desde Constitución, tomar el tren hasta Khorn y de ahí remis, que fue lo que yo hice. También hay un colectivo que te deja en la ruta y  hay que caminar 1, 7 kilómetros. El lugar en sí es tranquilo. Sería malo que no lo fuera. No quiero decir con esto que es lo mejor del sitio pero sí es lo que más destaco porque de no ser así no hubiera aguantado dos días.
Cuando entrás lo primero que ves es campo. En el folleto explicativo que mandaron por mail decía que en la entrada había una rueda blanca pero nunca la ví, ni al entrar ni al salir. El verde se expande a lo largo y ancho hasta dar con un comedor, la cocina y un baño de voluntarios, una sala amplia donde se medita, los dormitorios y la casa del profesor, un poco más atrás de estos. Todo está segregado, separado para mujeres y hombres: el comedor, los dormitorios, los baños y la sala de meditación. El césped está lo suficientemente diseñado y cuidado como delimitado por zonas donde se puede y no caminar.
Sobre mí y mi relación con la meditación
Desde el primer día ya tenía más dudas y preguntas que certezas y respuestas. Lo que sí tenía claro era que no me iba a poder concentrar tanto, por no decir nada. Y así fue. ¿Me servirá de algo esto? ¿Qué estoy haciendo acá? ¿La gente se puede concentrar? ¿No se aburren tanto tiempo con los ojos cerrados y  sentados de esa manera?¿No les duele la espalda?¿Realmente están concentrados o disimulan?¿ Para qué vine? Fueron algunas de las tantas preguntas que me formulé a lo largo de estos extensos días. Si puedo afirmar que si me quedé hasta el final del curso fue para contarlo, para saber realmente cómo era la experiencia y poder transmitirlo, sabiendo aún que no me iba a concentrar, aunque quisiera. Ya fui con muchas cosas en la cabeza y por resolver.
Durante la estadía, mi falta de concentración hizo que mi mente no parara de descansar y me mandara fotos y reportes que nunca le pedí. También me armaba películas e historias insólitas y de las que quería evadir, pero me hacía pensar en lo que se le daba la reverenda ganas a ella sin precisamente hacer lo que tenía que hacer, que era sentir la respiración, en la primera parte, y  sensaciones en cuerpo, en la segunda.
Había ido antes a algunos lugares a hacer yoga  donde después tenía una breve meditación de unos treinta minutos o algún centro donde hacían pero no más de una hora, pero esto fue como mucho unas tres veces. Esa había sido toda mi experiencia con la meditación, hasta ahora. Creo que ya puedo tacharla de mi lista de “Cosas para hacer antes de ser vieja”.

Sobre la comida
Como era esperado, carne de vaca o pollo no iba a encontrar, claro está. Verduras como lechuga, tomates, espinacas y remolacha se exponían diariamente en la mesa del comedor para que recogiéramos cuanto se pudiera y cuanto quedara ya que se podía repetir. Sopas de calabaza o acelga, que nunca fueron de mi agrado, también había todos los días al igual que arroz integral.  Cada día variaba la comida. Arroz, fideos con salsa de tomate, papa rellena, soufflé de verduras, polenta, pizza de varios sabores fueron algunas de las variedades que comí. Los postres, también veganos, nunca faltaban. La mayoría de ellos no tenían un aspecto demasiado interesante y menos aún sabroso para mí que soy carnívora pero si escuché comentarios al estilo “que rica está la comida” que no compartía pero en algunos casos hubo excepciones.

Algunas cuestiones básicas para entender un poco más sobre la práctica

 ¿Qué es Vipassana?
En la lengua Pali,  que es la que se hablaba en la época del Buda en la India, “passana” significa ver las cosas corrientes, con los ojos abiertos. “Vipassana” significa observar las cosas tal y como son, no como parecen ser. El concepto más práctico de la práctica, valga la redundancia, es penetrar a través de la verdad hasta llegar a la verdad última de la estructura mental y física. Al experimentar esta verdad (¿cómo sabemos que verdad?), aprendemos a dejar de reaccionar, a dejar de generar contaminaciones y las contaminaciones antiguas, o sankaras, van desapareciendo. Según esta doctrina, de esta manera nos liberamos de la desdicha y experimentamos la felicidad autentica.

¿Y cómo se practica? 
Esa es la parte más compleja y complicada, como en todas las cosas, porque la teoría es linda pero hay que ponerse a trabajar y duro porque de lo contrario no sirve de nada sola sino se practica y aquí está pues el asunto.
La práctica, la primera, consiste en meditar, que es ocuparse de nuestro ser interior, de nuestra respiración, acallar la mente y los pensamientos. Esto es meditar. La diferencia consiste en que esto se debe practicar todo el día. Se para en el desayuno, almuerzo y merienda y luego se continua.
En la otra parte se trata de sentir las sensaciones del cuerpo. Lo que vive, lo que siente nuestro cuerpo. Hay que experimentarlo para contarlo.

¿Para qué sirve?

Según S. N Goenka, el maestro de esta meditación a quien se lo escuchó con un curso grabado, algunos de los beneficios que esta práctica tiene son: purificar la mente, librarla de toda impureza del pasado y presente; no reaccionar intempestivamente ante algo que no nos gusta o que esperábamos otra cosa; sanar enfermedades sicosomáticas, estar más tranquila y en paz con una misma y con el resto, entre otros.

¿Quiénes la pueden practicar? 

Cualquier persona que no padezca una enfermedad mental aguda o física ( porque de lo contrario es imposible estar meditando durante trece horas). No se aconseja a quienes sufren algún trastorno, por razones obvias ni tampoco es sustituto de fármacos o medicina natural.

¿Tiene algún costo?

No, se mantienen de donaciones que dan los estudiantes nuevos y los antiguos. Tampoco tienen gasto de personal ya que todas las personas que cocinan, se encargan del mantenimiento, limpian, o de la promoción son voluntarios o servidores que se integran al lugar mediante solicitud previa.

Estudiantes escuchando palabras finales del curso en el comedor 
Foto: Dhama Sukhada


Casa de los profesores       
   Foto: Dhama Sukhada
                                                                           
Dormitorio de mujeres  
 Foto: Dhama Sukhada
                                                               
Sala de meditación
   Foto: Dhama Sukhada


 Página web.de El famoso gong.
Foto: Dhama Sukhada