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El arte de perder el tiempo


Esto no es parte demi viaje ni una experiencia propia, es un escrito que hice para un taller. Creo que hay muchas manera de perder el tiempo, y día a día y de algún otro modo, se pierde. Cuando no hacemos lo que queremos o cuando no decimos lo que sentimos o decimos lo que pensamos son diferentes maneras, también de perder el tiempo. Quizás te ayude a reflexionar, y quizás, es hora de comenzar a disfrutar del valioso tiempo en lugar de desaprovecharlo.


Se trata de un ejercicio que consiste en no hacer rendir el tiempo. Es decir, por ejemplo, desperdiciar un día entero . Parece difícil pero no lo es,  sino todo lo contrario.  Lo primero que hay que hacer para que funcione, la regla número uno, es acostarse tarde el día anterior y cuando digo tarde, me refiero a las cinco o seis de la mañana ( tiempo en el que obviamente no estuvo haciendo nada productivo).
Por supuesto que al día siguiente, o, mejor dicho, ese mismo día se va a levantar tarde. Me refiero a las tres o cuatro de la tarde. Una vez que se levanta, tendrá que cocinar algo o tomar unos mates para hacer la previa al almuerzo-merienda que se hará ( supongamos el domingo).
Para hacerse unos buenos mates tendrá que estar un rato calentando el agua en una pava eléctrica o en la cocina. Si tiene la primera opción, como en la segunda, tendrá que llenarla de agua de la canilla, si es potable, creemos que si, y luego colocarla en el lugar correspondiente para calentarla.
Una vez que se caliente,  no la haga hervir porque sino tendrá que hacer nuevamente todo este proceso, tendrá que hacer el mate. Sí, después para poder desaprovechar más tiempo. Busca la yerba, que ya le queda poco ( menos de la mitad del paquete), sin prisas, que seguramente tendrá allí debajo de la mesada, pero falta aún el mate y la bombilla. Entonces tendrá que buscarlos, como no los ve a simple vista, deberá tratar de encontrarlos en algún lugar que no sea donde siempre los deja, pero como se levantó tarde y no recuerda donde lo puso el día anterior entonces lo busca por cualquier lugar menos el correcto. Hasta que recuerda, unos diez minutos después, que estaban en el mismo lugar de siempre. Ahí, en ese momento, ya perdió tiempo. Una vez que lo encontró, tendrá que enjuagarlo. Esto no le demandará mucho tiempo pero si lo suficiente como para calentar de nuevo el agua que se enfrió porque estaba en la jarra eléctrica.
Nuevamente ahí ya demoró cinco minutos. Una vez que está el agua lista, le pone yerba al mate y un poco de agua fría, para que no se queme ( eso ya lo sabe). Como toma el mate dulce, ahora debe buscar el azúcar. Pero esta vez sí recuerda que lo había dejado en la alacena del pasillo que va al comedor que luego va al dormitorio.
Ahora le  echa un poco de azúcar al mate y después el agua y ahora se lo lleva a la boca. Este proceso lo repite varias  veces hasta que se sienta llena, sólo de mate. Mira la hora y son las cinco de la tarde. Se acuesta en el sillón o en la silla y se pone a buscar algo en la televisión Como en la primera vez que busca o encuentra nada, ahí ya perdió unos diez o quince minutos, hace nuevamente el recorrido por todos los canales y sucede lo mismo. No hay nada en televisión, como de costumbre y más siendo un domingo. Entonces no sabe que hacer. Se pone en facebook y empieza a mirar las publicaciones de sus amigos. De pronto ve alguien en una playa con su pareja o así lo hace notar cuando lee “ Feliz con mi amor”. De repente usted se pregunta por qué usted no puede estar haciendo exactamente lo mismo, en el mismo lugar y con una pareja pero no encuentra la respuesta, entonces empieza a traumarse y a maquinar y no para y piensa que su vida es un desastre y que todo el mundo es feliz porque está de vacaciones o en un lugar paradisíaco disfrutando y usted está trabajando en un lugar nada turístico, sin playa y sin ver nada en la televisión.
Ahí, en su cabeza, mientras voló al lugar de las fotos que vio en el facebook de su amiga, perdió unos veinte minutos y ya son las seis de la tarde y aún no le dio de comer a la perra que la espera ansiosa y moviendo la cola afuera. El gato tampoco comió y sus maullidos fueron lo que la despertaron, sino seguiría durmiendo, pero como no le dio alimento al pequeño felino, aun se siguen escuchando sus voces que claman comida. Y ahí va usted, con muy pocas ganas, buscando la comida para la perra primero, porque es su mascota preferida porque no la molesta y es obediente y no le produce dolor de cabeza como el gato, a quien quiere castigar pero al final no lo consigue, porque sus maullidos son una tortura. Entonces hace cualquier cosa para callarlo, como darle de comer.  Pero esto lo hará después.  Ya alimentó a la perra. Ahora le toca al felino que no para de chillar. Ahí está debajo de la mesa y rozando su cola entre sus piernas, piel a piel porque su pollera no es demasiada larga. Y el no para. Se propuso eso hasta que no obtuviera su comida. Y por fin la tiene pero parece que no está del todo contento o no es lo que esperaba porque sigue rezongando. Y usted ya no sabe que hacer para callarlo, entonces lo saca afuera, por la puerta de adelante pero el se queda delante de la puerta reclamando. No para. Entonces lo entra  y le da algo de grasa de la heladera, ya cansada y con pocas ganas, le dice: más vale que te calles porque sino te tiro por ahí y no volves. Como si el la comprendiera, finalmente se calla. Parece que la grasa era suficiente porque no volvío a abrir su boca. Entonces el gato se recuesta en el piso y se relame  su lomo. Usted lo mira y sabe que cumplió su cometido. Al fin, se dice para si.  Ahora falta ver en que gasta el tiempo lo poco que queda del día, porque ya son las siete y, por suerte, hoy no vino nadie a visitarla.
 En la televisión no hay nada, en facebook son todos felices, en la radio pasan sólo música, ganas de salir no hay. Ya alimentó a las mascotas, ya tomó mate y ya son las siete y media de la tarde. Entonces tiene que pensar qué cenará esta noche. Pero como no tiene ganas de cocinar, no piensa. Y se acuesta en la cama y ahí  otra vez se dice para si misma porqué está ahí y no en la playa pero, como siempre, no tiene respuesta.
 Entonces se levanta y  come unas masitas que había dejado arriba de la alacena. Están un poco duras porque ya tienen varios días y la bolsita estaba abierta.  No tiene mucho hambre pero está aburrida, entonces sigue comiendo y piensa en lo que tiene que hacer el día lunes, que es ir a trabajar, pero que no tiene ganas.  Se queda pensando en eso diez minutos mientras con el pulgar de la mano derecha se deja caer  sobre el hombro un mechón de la blanca y larga cabellera y cuando mira el reloj,  que tiene colgado en la pared, ve que son las ocho de la noche. A todo esto no sabe que va a cocinar para la cena pero no se preocupa, es temprano aún. Ya no piensa más en las fotos. Ahora  ocupa su mente en la escasez de ganas de trabajar el día lunes. Decide volver a encender la televisión, tal vez ahora encuentre una buena película, piensa, pero luego de hacer zapping por todos los canales no se decide por ninguno y lo apaga. Ya son las ocho y media.
La perra quiere entrar a la cocina pero no la deja. No tiene ganas de alimentarla nuevamente. Entonces sigue rasguñando la puerta y usted hace como si no la escuchara. Enciende la radio y se pone a escuchar una melodía que estaba sonando, que la hace regresar en el tiempo, allá por la década de los 70´ cuando aún no tenía tantas obligaciones como ahora. Se queda pensativa como si  la música la hubiese  transportado a aquélla era. Ahora la tararea porque es una canción que le gusta y le trae bellos y reconfortantes recuerdos de sus épocas de adolescente.  Pero se acuerda enseguida que el hambre aflora pero no sabe ni decidió aún que cocinará. Es una incógnita incómoda porque nunca le gustó cocinar. Tampoco quiere llamar al delivery porque no le gusta la comida preparada. Salvo la de Juan, el chico que está al lado del hospital, el resto no tiene sabor a nada. Entonces, y pese a su apatía por la cocina, se hace la comida usted misma. Lo único que tiene son dos papas, una zanahoria, una cebolla y un tomate. Como es domingo, los bolivianos tienen cerrado.
Busca las verduras debajo de la mesada, las lava y las pela a todas salvo el tomate, y las pone en la olla que estaba sobre la cocina. Llena la olla, prende el fuego de la hornalla y la tapa. Sigue escuchando la radio que continúa con música, ahora suena Elvis Presley, le levanta el ánimo y casi hasta ganas de bailar tiene pero como recuerda que no sabe bailar no lo hace, no se quiere avergonzar ante su propia presencia.
El agua hierve pero las verduras aún están crudas. El verano del 92’ le dibuja en el aire la melodía de una letra que sabe y a la que acompaña con su voz. Mientras, la perra sigue queriendo entrar pero la ignora. Nunca se puso a pensar para que tiene mascotas si no les da el cariño, el espacio y el tiempo que se merecen. Esa y otras preguntas nunca se las hizo ni se las hará.
Busca un plato, un tenedor y un pedazo de pan. El vino tinto de caja está en la heladera pero no muy frío. Lo pone en la mesa. Cuela el agua de la olla y sirve las verduras en el mismo plato que sacó. Come lentamente porque el vapor que sale es abundante. No se quiere quemar y tampoco hay apuro. Se lleva el vaso de vino a la boca, lo saborea como si fuera un buen vino. Corta con la mano un poco de pan, que es de ayer, porque no tenía ganas hoy de ir a la panadería y lo mastica, también despacio. El segundo trago largo de vino ya pasó por la garganta. Ahora a comer. Aún está caliente pero no tanto. No tiene sabor a nada porque se olvidó de ponerle sal. La va a  buscar, no la encuentra en la alacena ( donde se suponía que tenía que estar ) y se queda pensando por un instante donde la dejó. Unos minutos después recuerda que la había dejado en la punta de la mesa pero, como no miró para ese lado antes, no la vio.  Agarra la sal y esparce un poco sobre las verduras. Ahora, al menos, no están desabridas. Come una papa, luego la zanahoria y la cebolla. El tomate quedó ahí mismo donde lo había dejado. No  tuvo ganas de hacer una ensalada. Terminó de cenar y ya son las nueve de la noche. Deja el plato y el tenedor en la pileta junto a la olla para lavar pero no lo hace.
Va a la heladera en busca de algo más pero está vacía. Sólo medio limón. No fue al supermercado hoy ni ayer, tampoco antes de ayer. No tenía ganas. Con cara de poca felicidad va a la habitación, quiere buscar la ropa para mañana para trabajar, como siempre hace, porque se levanta temprano y de malhumor pero se recuesta sobre la cama. El reloj suena y marca las siete de la mañana. Hora de ir a trabajar.

Tiempo de reflexión


En estos años que llevo viajando, creo que he reunido cierta experiencia. Como ya he contado varias veces, he pasado cosas buenas y malas, de las malas aprendí más.Antes de estas, confiaba en todo el mundo y me parecía que nada podía pasar.
*Por ejemplo, que no hay que confiar en todo ni en todos.
*Que andar sola de noche, o de día, no siempre es conveniente.
*Que hay que elegir lugares y gente con las que interactuar, no todo es bueno y sirve.
*Que couchsurfing es un muy método para ahorrar en hospedaje pero hay que leer siempre las referencias,  aún leyendolas a veces fallan porque no todo es lo que parece ni todo es como dicen que son, también sirve, siempre,  tener un sexto sentido.
Ya con ganas de tener nuevas aventuras y visitar nuevos lugares, encontrarme con culturas diferentes, ver algo que me deslumbra o sorprenderme sin esperarlo, escribo algunas cuestiones que me parece hay que considerar a la hora de viajar y sola.
No es lo mismo escribir después de un tiempo de viajar y estando en un lugar quieta que escribir y estar en el mismo lugar y contarlo fresco, como cuando sacás el pan del horno calentito y te lo comés o, en cambio, comés pan desde hace días y tiene otro sabor. Bueno así es escribir después de varios días, por no decir meses de no agarrar la computadora y ponerme a tipear.
Extraño viajar y mucho pero, por otro lado, estaba cansada, y sigo estándolo, de cambiar de lugar a cada rato, de no tener mi lugar, mi espacio.  Aún no lo tengo pero voy en busca de ello pero se que será temporal porque se que en un tiempo, no muy lejano, voy a tener ganas de seguir viajando. Claro que los años pasan y con ellos las ganas de viajar de un modo u otro cambian.
No creo que me canse de viajar mochileando con la mochila para todos lados, lo que quizás me canse es de hacer dedo, chupar frío o calor. No me puedo anticipar a los hechos ni hablar de algo que no ocurrió pero con los últimos viajes hechos por el país disminuyeron mis ganas de hacer dedo.
No se si les conté pero en el viaje por la Patagonia, que me llevó casi seis meses (volví nuevamente hace poco al sur) agarré sólo dos colectivos. Me fui hasta Ushuaia haciendo dedo. Sí, por eso me cansé un poco. Fueron miles y miles de kilómetros pero ya volviendo  con tantas cosas, dos mochilas y no de viajeros, dos bolsos y una valija con una rueda menos más una cartera, era muy dificil trasladarse. De hecho lo hice en Bolivar pero fue por un episodio particular y estaba fuera de si, ya les contaré en otro momento.
Los tiempos cambian y también las ganas de hacer unas cosas u otras. También la paciencia.
Es hora de descansar, aunque descansar de  una manera diferente, trabajando en la docencia, algo que nunca me hubiese imaginado pero como bien dice el dicho " nunca digas nunca".  Cuando hablo de descansar me refiero a parar de viajar momentáneamente pero planificando o pensando un nuevo viaje a un corto o mediano plazo.


Un lindo atardecer 

Haciendo lo que más me gusta en Gaiman

Atardecer en Las Grutas

Pirámides
 

Las grutas